http://www.rtve.es/mediateca/videos/20110309/clara-campoamor-mujer-olvidada/1041185.shtml
En
el año 1931, en España se proclama la Segunda República. En este
contexto, las mujeres son elegibles pero no pueden votar. Clara
Campoamor y Victoria Kent son las primeras mujeres diputadas que pisan
las cortes y se plantean muy firmemente luchar por los derechos de la
mujer. Clara Campoamor sabe que eso pasa por una primera y gran
conquista: el voto femenino. A partir de este momento, su lucha no es
nada fácil. Muy pronto encuentra su primer obstáculo: sus propios
compañeros de partido, republicanos, de izquierdas, temen que las
mujeres voten influenciadas por la iglesia y, por ello, a la derecha,
así que le dan la espalda. Ese argumento se generaliza y hace que Clara
Campoamor se vaya quedando sola en el parlamento en su defensa del
sufragio universal. Después de una lucha constante, y después de
múltiples traiciones, el 1 de diciembre de 1931, Campoamor consigue su
objetivo: el voto para la mujer.
Clara Campoamor
(Madrid 1888 – Laussanne 1972 )
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Nace en el barrio madrileño de Maravillas el doce de febrero de 1888,
en una familia de origen humilde. Su madre era modista y su padre,
contable de un periódico
A la muerte de éste, se ve obligada a interrumpir sus estudios y
ponerse a trabajar y lo hace en el cuerpo de Correos y Telégrafos en
1909.
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En 1914 y tras sacar el número uno de su oposición, se convierte en
profesora de adultas en el Ministerio de Instrucción Pública. Sin
embargo, al no tener el bachiller sólo puede impartir clases de
taquigrafía y mecanografía por lo que decide seguir estudiando a la
vez que lo compagina con sus trabajos de mecanógrafa en el Ministerio
y de secretaria en el periódico “La Tribuna” respectivamente.
En 1923 participa en un ciclo sobre Feminismo organizado por la
Juventud Universitaria Femenina donde comienza a desarrollar sus
ideario sobre el derecho a la igualdad de las mujeres.
En 1924 y a la edad de treinta y seis años se licencia en Derecho lo
que le permite defender dos casos de divorcio muy célebres en aquella
época, el de la escritora Concha Espina, de su marido Ramón de la
Serna y Cueto, y el de Josefina Blanco, de Valle-Inclán.
Fue también la primera mujer que intervino ante el Tribunal Supremo y
que desarrolló trabajos de jurisprudencia sobre cuestiones relativas a
los derechos de la situación jurídica de las mujeres en nuestro país.
Homenaje de las asociaciones feministas a Clara
Campoamor en Madrid, 15-11-1931
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En 1928 crea junto a compañeras de otros paises europeos la Federación
Internacional de Mujeres de Carreras Jurídicas, que todavía existe con
sede en París y trabaja junto a Victoria Kent y Matilde Huici en el
Tribunal de Menores.
En 1930 contribuye a fundar la Liga Femenina Española por la Paz.
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Con Azaña forma parte de la junta directiva del Ateneo de Madrid y se
declara republicana. A la pregunta de un periódico "¿Monarquía o
República?, responde ¡República, República siempre!. Me parece la
forma de gobierno más conforme con la evolución natural de los
pueblos. Y en muchos casos la más adecuada a la situación de un país
específicamente considerado, verbigracia, España".
Fue delegada de España en la Sociedad de Naciones.
En los últimos años de la dictadura de Primo de Rivera, colabora en el
diario “La Libertad” donde en una sección propia titulada “Mujeres de
hoy” presenta y analiza la vida de mujeres.
Tras la dictadura, entra a formar parte del Partido Radical y se
presenta a las elecciones de 1931 para las Cortes Constituyentes de la
Segunda República, obteniendo un escaño como diputada por Madrid.
Participa en la comisión encargada de redactar la Carta Magna
republicana, siendo la primera mujer que habla en las Cortes
Españolas. Estamos en septiembre de 1931.
Desde su tribuna ejercerá una enadercida defensa del sufragio femenino
en España, con la oposición de sus propios compañeros de partido y de
otra diputada socialista, Victoria Kent, convertida en la portavoz del
“no”.
Victoria Kent se opone al derecho electoral de las mujeres,
argumentando que éstas influidas por la Iglesia, votarán conservador.
La derecha, contraria a la emancipación de las mujeres, apoya, sin
embargo, a Clara Campoamor por los motivos que esgrime Victoria Kent,
pensando que los votos de éstas les serán favorables a su formación.
Clara Campoamor se mantiene fiel a sus principios y defiende el
derecho de las mujeres a ser consideradas ciudadanas por encima del
sentido de su voto.
Al final, y con una apretada victoria impone sus tesis y entra en la
Historia como la principal artífice de la inclusión del voto femenino
en España, recogido en la Constitución de 1931, que en su artículo 36
dispone que “Los ciudadanos de uno y otro sexo, mayores de 23 años
tendrán los mismos derechos electorales conforme determinen las
leyes”. |
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En las elecciones de 1934, la CEDA se proclama vencedora y toda la
izquierda culpa de su derrota a Clara Campoamor. Es su muerte
política.
Sin embargo, en 1936, las urnas darán la mayoría a la izquierda.
En diciembre de 1933 es nombrada Directora General de Beneficencia,
cargo del que dimite al año siguiente por discrepancias con el
ministro.
Por esas fechas tiene lugar la rebelión de Asturias y Clara marcha a
Oviedo con el fin de socorrer a los hijos de los mineros muertos o
encarcelados.
La dura represión junto con la falta de interés que muestra el Partido
Radical por todas las cuestiones referentes a la situación de
desigualdad de las mujeres, la lleva a salir del mismo.
Intenta organizar un partido independiente que defienda los derechos
de las mismas pero se le niega la entrada en el Partido de Izquierda
Republicana.
En 1936, tras el golpe militar del general Franco contra la República
Española, Clara Campoamor se exilia a Francia, Argentina y a Laussanne
donde fallece en 1972 sin haber tenido la oportunidad, ante las
condiciones impuestas por parte del gobierno franquista, de regresar a
España como era su deseo.
Concha Fagoaga y Paloma Saavedra, en su reedición de El voto femenino
y yo, en 1981, citan una carta de Clara Campoamor en 1959 a Martín
Telo:
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«Creo que lo único que ha quedado de la
República fue lo que hice yo: el voto femenino». |
Obra:
Escribió artículos en los diarios de la época “La Tribuna”, “Nuevo
Heraldo”, “El Sol” y “El Tiempo” y publicó “El derecho de la mujer en
España” (1936), “La situación jurídica de la mujer española” (1938),
“Mi pecado mortal. El voto femenino y yo” y “La revolución vista por
una republicana”.
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ante las Cortes el 1 de octubre de
1931, donde quedaría aprobado el voto femenino en España
Señores diputados: lejos yo de censurar ni de atacar las manifestaciones
de mi colega, señorita Kent, comprendo, por el contrario, la tortura de su
espíritu al haberse visto hoy en trance de negar la capacidad inicial de
la mujer. Creo que por su pensamiento ha debido de pasar, en alguna forma,
la amarga frase de Anatole France cuando nos habla de aquellos socialistas
que, forzados por la necesidad, iban al Parlamento a legislar contra los
suyos.
Respecto a la serie de afirmaciones que se han hecho esta tarde contra el
voto de la mujer, he de decir, con toda la consideración necesaria, que no
están apoyadas en la realidad. Tomemos al azar algunas de ellas. ¿Que
cuándo las mujeres se han levantado para protestar de la guerra de
Marruecos? Primero: ¿y por qué no los hombres? Segundo: ¿quién protestó y
se levantó en Zaragoza cuando la guerra de Cuba más que las mujeres?
¿Quién nutrió la manifestación pro responsabilidades del Ateneo, con
motivo del desastre de Annual, más que las mujeres, que iban en mayor
número que los hombres?
¡Las mujeres! ¿Cómo puede decirse que cuando las mujeres den señales de
vida por la República se les concederá como premio el derecho a votar? ¿Es
que no han luchado las mujeres por la República? ¿Es que al hablar con
elogio de las mujeres obreras y de las mujeres universitarias no está
cantando su capacidad? Además, al hablar de las mujeres obreras y
universitarias, ¿se va a ignorar a todas las que no pertenecen a una clase
ni a la otra? ¿No sufren éstas las consecuencias de la legislación? ¿No
pagan los impuestos para sostener al Estado en la misma forma que las
otras y que los varones? ¿No refluye sobre ellas toda la consecuencia de
la legislación que se elabora aquí para los dos sexos, pero solamente
dirigida y matizada por uno? ¿Cómo puede decirse que la mujer no ha
luchado y que necesita una época, largos años de República, para demostrar
su capacidad? Y ¿por qué no los hombres? ¿Por qué el hombre, al
advenimiento de la República, ha de tener sus derechos y han de ponerse en
un lazareto los de la mujer?
Pero, además, señores diputados, los que votasteis por la República, y a
quienes os votaron los republicanos, meditad un momento y decid si habéis
votado solos, si os votaron sólo los hombres. ¿Ha estado ausente del voto
la mujer? Pues entonces, si afirmáis que la mujer no influye para nada en
la vida política del hombre, estáis –fijaos bien– afirmando su
personalidad, afirmando la resistencia a acatarlos. ¿Y es en nombre de esa
personalidad, que con vuestra repulsa reconocéis y declaráis, por lo que
cerráis las puertas a la mujer en materia electoral? ¿Es que tenéis
derecho a hacer eso? No; tenéis el derecho que os ha dado la ley, la ley
que hicisteis vosotros, pero no tenéis el derecho natural fundamental, que
se basa en el respeto a todo ser humano, y lo que hacéis es detentar un
poder; dejad que la mujer se manifieste y veréis como ese poder no podéis
seguir detentándolo.
No se trata aquí esta cuestión desde el punto de vista del principio, que
harto claro está, y en vuestras conciencias repercute, que es un problema
de ética, de pura ética reconocer a la mujer, ser humano, todos sus
derechos, porque ya desde Fitche, en 1796, se ha aceptado, en principio
también, el postulado de que sólo aquel que no considere a la mujer un ser
humano es capaz de afirmar que todos los derechos del hombre y del
ciudadano no deben ser los mismos para la mujer que para el hombre. Y en
el Parlamento francés, en 1848, Victor Considerant se levantó para decir
que una Constitución que concede el voto al mendigo, al doméstico y al
analfabeto –que en España existe– no puede negárselo a la mujer. No es
desde el punto de vista del principio, es desde el temor que aquí se ha
expuesto, fuera del ámbito del principio –cosa dolorosa para un abogado–,
como se puede venir a discutir el derecho de la mujer a que sea reconocido
en la Constitución el de sufragio. Y desde el punto de vista práctico,
utilitario, ¿de qué acusáis a la mujer? ¿Es de ignorancia? Pues yo no
puedo, por enojosas que sean las estadísticas, dejar de referirme a un
estudio del señor Luzuriaga acerca del analfabetismo en España.
Hace él un estudio cíclico desde 1868 hasta el año 1910, nada más, porque
las estadísticas van muy lentamente y no hay en España otras. ¿Y sabéis lo
que dice esa estadística? Pues dice que, tomando los números globales en
el ciclo de 1860 a 1910, se observa que mientras el número total de
analfabetos varones, lejos de disminuir, ha aumentado en 73.082, el de la
mujer analfabeta ha disminuido en 48.098; y refiriéndose a la
proporcionalidad del analfabetismo en la población global, la disminución
en los varones es sólo de 12,7 por cien, en tanto que en las hembras es
del 20,2 por cien. Esto quiere decir simplemente que la disminución del
analfabetismo es más rápida en las mujeres que en los hombres y que de
continuar ese proceso de disminución en los dos sexos, no sólo llegarán a
alcanzar las mujeres el grado de cultura elemental de los hombres, sino
que lo sobrepasarán. Eso en 1910. Y desde 1910 ha seguido la curva
ascendente, y la mujer, hoy día, es menos analfabeta que el varón. No es,
pues, desde el punto de vista de la ignorancia desde el que se puede negar
a la mujer la entrada en la obtención de este derecho.
Otra cosa, además, al varón que ha de votar. No olvidéis que no sois hijos
de varón tan sólo, sino que se reúne en vosotros el producto de los dos
sexos. En ausencia mía y leyendo el diario de sesiones, pude ver en él que
un doctor hablaba aquí de que no había ecuación posible y, con espíritu
heredado de Moebius y Aristóteles, declaraba la incapacidad de la mujer.
A eso, un solo argumento: aunque no queráis y si por acaso admitís la
incapacidad femenina, votáis con la mitad de vuestro ser incapaz. Yo y
todas las mujeres a quienes represento queremos votar con nuestra mitad
masculina, porque no hay degeneración de sexos, porque todos somos hijos
de hombre y mujer y recibimos por igual las dos partes de nuestro ser,
argumento que han desarrollado los biólogos. Somos producto de dos seres;
no hay incapacidad posible de vosotros a mí, ni de mí a vosotros.
Desconocer esto es negar la realidad evidente. Negadlo si queréis; sois
libres de ello, pero sólo en virtud de un derecho que habéis (perdonadme
la palabra, que digo sólo por su claridad y no con espíritu agresivo)
detentado, porque os disteis a vosotros mismos las leyes; pero no porque
tengáis un derecho natural para poner al margen a la mujer.
Yo, señores diputados, me siento ciudadano antes que mujer, y considero
que sería un profundo error político dejar a la mujer al margen de ese
derecho, a la mujer que espera y confía en vosotros; a la mujer que, como
ocurrió con otras fuerzas nuevas en la revolución francesa, será
indiscutiblemente una nueva fuerza que se incorpora al derecho y no hay
sino que empujarla a que siga su camino.
No dejéis a la mujer que, si es regresiva, piense que su esperanza estuvo
en la dictadura; no dejéis a la mujer que piense, si es avanzada, que su
esperanza de igualdad está en el comunismo. No cometáis, señores
diputados, ese error político de gravísimas consecuencias. Salváis a la
República, ayudáis a la República atrayéndoos y sumándoos esa fuerza que
espera ansiosa el momento de su redención.
Cada uno habla en virtud de una experiencia y yo os hablo en nombre de la
mía propia. Yo soy diputado por la provincia de Madrid; la he recorrido,
no sólo en cumplimiento de mi deber, sino por cariño, y muchas veces,
siempre, he visto que a los actos públicos acudía una concurrencia
femenina muy superior a la masculina, y he visto en los ojos de esas
mujeres la esperanza de redención, he visto el deseo de ayudar a la
República, he visto la pasión y la emoción que ponen en sus ideales. La
mujer española espera hoy de la República la redención suya y la redención
del hijo. No cometáis un error histórico que no tendréis nunca bastante
tiempo para llorar; que no tendréis nunca bastante tiempo para llorar al
dejar al margen de la República a la mujer, que representa una fuerza
nueva, una fuerza joven; que ha sido simpatía y apoyo para los hombres que
estaban en las cárceles; que ha sufrido en muchos casos como vosotros
mismos, y que está anhelante, aplicándose a sí misma la frase de Humboldt
de que la única manera de madurarse para el ejercicio de la libertad y de
hacerla accesible a todos es caminar dentro de ella.
Señores diputados, he pronunciado mis últimas palabras en este debate.
Perdonadme si os molesté, considero que es mi convicción la que habla; que
ante un ideal lo defendería hasta la muerte; que pondría, como dije ayer,
la cabeza y el corazón en el platillo de la balanza, de igual modo Breno
colocó su espada, para que se inclinara en favor del voto de la mujer, y
que además sigo pensando, y no por vanidad, sino por íntima convicción,
que nadie como yo sirve en estos momentos a la República española.
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